sábado, 4 de octubre de 2008

A cuatro años



Amiga,

Tal día como hoy, el 4 de Octubre del 2004, un hombre mató a sangre fría a mi hermana Rebeca en plena calle.

Hace un par de años escribí un texto que pretendía leer en una jornada de los familiares de las víctimas de la violencia que se realizó en la USB. Al final no me atreví a asistir. Las heridas eran muy recientes y estoy segura de que no hubiera podido pronunciar ni una palabra.

De ese texto ya viejo extraigo los últimos dos párrafos, que creo que todavía resumen las lecciones que nos dejó su muerte.

Mi hermana no fue asesinada por un delincuente. No fue asesinada por un policía ni por un guardia nacional. A mi hermana la mató, aparentemente por error, un vigilante privado que no sabía cómo manipular un arma de perdigones de cañón corto, que se supone debía ser utilizada sólo en caso de necesidad extrema.

El caso de mi hermana demuestra que si respondemos a la violencia de la delincuencia o a la del Estado con una violencia corporativa, con una violencia privada que nos cubra nuestras individuales espaldas, no estamos resolviendo ningún problema. Sólo vamos a obtener un cementerio más grande, una lista más grande de víctimas.


A cuatro años de la muerte de mi hermana Rebeca, y ya lejos de la tierruca en la que murió sin razón, dejo aquí constancia del dolor que ha causado su muerte a todos los que la quisimos. Un dolor que no cesa.

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