viernes, 23 de enero de 2009

Vegetando


Amiga,

He estado en estos días alimentando la sensación de que lo único que he hecho últimamente es vegetar. Ya sabes, ese estado de no hacer nada que hace que uno sienta un punto y medio de vergüenza cada vez que alguien muy ocupado pregunta... ¿y tú, qué estás haciendo?

Si respondo que estoy leyendo y escribiendo la gente me mira como si fuera una especie de extraterrestre ocioso. Si sólo respondo que me estoy dedicando a leer, el resultado es una mirada aún más suspicaz, como si hubiera respondido que me dedico las veinticuatro horas del día a masturbarme. Si respondo que estoy buscando trabajo, la mirada de profunda compasión no se hace esperar. Nada parece apropiado a menos que sea un trabajo con horario y remuneración a fin de mes. Una actividad que tenga un nombre concreto y se pueda conjugar en presente.

Así que estoy ensayando la posibilidad de responder que me dedico a ‘vegetar’. Pero en el sentido literal en el que los seres del reino vegetal existen: los árboles están ahí como si no hicieran ‘nada’. Pero resulta que su trabajo es alimentarse y crecer (y de paso ayudarnos a respirar, pero eso no cuenta para esta metáfora ¿o sí?). Eso hago en estos días en que leo y escribo: me alimento ...y crezco. Espero que no literalmente. (De hecho, estoy a dieta y espero poder bajar los seis kilos que engordé en París antes de que el verano nos alcance).

Se trata –quiero creer- de un crecimiento que no se ve. Algo que a falta de mejor palabra se puede llamar madurar, para seguir con la metáfora vegetal. Pero no puedo evitar pensar que a los 47 años recién cumplidos, mi etapa de reflexión y recogimiento no es más que una excusa para dejarme mantener y para dedicarme a ser una simple ama de casa, sin más. Al menos eso es lo que pasa por mi mente culposa cuando no logro escribir ni siquiera un par de líneas en todo el día y se me hacen las ocho de la noche sin darme cuenta.

Hoy, por ejemplo, estuve leyendo la prensa en internet hasta las tres de la tarde, preocupadísima por las noticias de la tierruca. Entre una noticia y otra estuve lavando ropa, porque acabamos de terminar de arreglar la lavadora, que estuvo desarmada durante un mes -a la espera de un repuesto que nunca llegaba- y te puedes imaginar los cerros de ropa sucia que fueron creciendo. A las tres me acerqué hasta el abasto para comprar mi ración de pollo y ensalada del día. Cociné, recogí, me tomé un tecito. ¡Y ya era de noche!

Es cierto que en estos días se hace de noche apenas pasadas las cuatro y media de la tarde. Pero para mí, noche es noche y no hay nada que hacer. Se me apaga el cerebro y aunque puedo leer un rato más e incluso escribir esta nota para el blog, casi en automático, en realidad no es mucho más lo que puedo hacer sin luz de día. Es un condicionamiento mental difícil de superar. Lo único que puedo hacer es esperar a Lyo, ver la tele o darme una ducha caliente y larga.

Y así se me ha ido otro día vegetando. Pero no puedo vegetar sin mala conciencia. He pasado toda la vida ocupadísima y no sé vivir sin un horario, la agenda llena de cosas pendientes y un sueldo que justifique todo el esfuerzo. Me pregunto si la urgencia por hacer cosas no vendrá del hecho de que necesitamos recordar que no vivimos tanto tiempo como los árboles (¿sabes que los cipreses son todavía jóvenes a los doscientos años?¡Qué esperanza!).

Te mando un abrazo,

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