jueves, 2 de abril de 2009

Muebles viejos

Amiga,

Estoy releyendo un texto de Sandra Cisneros que se llama La casa de Mango Street. Lo había leído hace tiempo, cuando estaba haciendo un trabajo sobre las mujeres latinas que escriben en inglés sobre la experiencia del exilio y me había olvidado de él. Hoy lo retomé, sin ninguna razón en particular y me atrapó.

El libro es una especie de memoria de infancia, donde una niña latina que se llama Esperanza –y a la que no le gusta su nombre porque es imposible de pronunciar en inglés- cuenta cómo ella y su familia se adaptan a la vida en un nuevo vecindario de Chicago.

Seguramente está en español y se puede incluso conseguir en Mérida –cómo saber! Pero igual, por puro gusto y por darle un aire venezolano al texto, te traduzco dos páginas entre las muchas que me encantan:

Gil, compra y vende muebles

Hay una tienda de muebles y peroles viejos. El dueño es un hombre mayor. Una vez le compramos una nevera usada y Carlos le vendió una caja de revistas por un dólar. La tienda es pequeña y tiene sólo una sucia ventana por donde entra la luz. El viejo no prende la luz a menos que tengas plata para comprar algo, así que buscamos en la oscuridad y vemos cualquier cantidad de cosas, mi hermana Nenny y yo. Mesas patas arriba y fila tras fila de neveras de esquinas redondeadas y muebles que lanzan polvo al aire cuando los golpeas y cientos de televisores que seguramente no funcionan. Todo está encaramado encima de todo así que la tienda sólo tiene pasillitos mínimos por donde caminar. Te puedes perder de lo más fácil.

El dueño es un hombre negro que no habla mucho y a veces, si no lo conoces, puedes estar ahí por un rato largo antes de darte cuenta de que hay un par de lentes dorados flotando en la oscuridad. Nenny, que piensa que es de lo más viva y habla con cualquier gente grande, le pregunta cantidad de cosas. Yo nunca le he dicho nada excepto una vez que le compré la estatua de la libertad por diez centavos.

Pero Nenny, no. Una vez le escuché preguntarle al hombre qué es eso y el hombre dijo Eso, eso es una caja de música, y yo miré rápido a ver si era una hermosa caja con flores pintadas encima y una bailarina adentro. Pero no era nada de eso. En el sitio donde el hombre estaba señalando sólo había una vieja caja de madera que tenía adentro un gran disco de metal con huecos. Entonces la puso a funcionar y comenzaron a pasar toda clase de cosas. Fue como si de pronto hubiera lanzado un millón de mariposas nocturnas sobre los polvorientos muebles y sobre las sombras alargadas y dentro de nuestros huesos. Como si fueran gotas de agua. O marimbas, sólo que con un raro sonido punteado como si estuvieras pasando los dedos por los dientes de un peine de metal.

Y entonces, no sé por qué pero tuve que mirar para otro lado y hacer como si no me importara la caja y para que Nenny no viera lo estúpida que soy. Pero Nenny, que es todavía más estúpida, ya está preguntando cuánto cuesta y ya puedo ver sus dedos buscando los centavos en los bolsillos de sus pantalones.

Esto, dice el hombre cerrando la tapa, esto no está en venta.


Hasta aquí el texto de Sandra Cisneros. Es un fragmento que me parece extraordinario por lo mucho que dice en tan poco espacio. Todo el libro está escrito así, con retazos de historias que van construyendo una imagen más completa pero que siempre parece rota, fragmentada. Es una muestra de cómo se pueden construir cosas complejas con pedazos simples.

Espero que te haya parecido interesante.
Un abrazo,
r

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