miércoles, 16 de septiembre de 2009

La ley de Casavella

Amiga,

Terminé de leer hace unos días Lo que sé de los vampiros, de Francisco Casavella (Barcelona, Destino, 2009). Es un texto denso, en muchos sentidos inverosímil, pero tiene un encanto difícil de resistir. Desde ayer que terminé de leer sus casi seiscientas páginas, estuve pensando por un largo rato de qué se trataba en realidad. Y creo que es esto: la pulsión del desplazamiento; la necesidad de ir siempre más allá, de cambiar de horizontes... y de sobrevivir en el camino.

Es una historia de vagabundos que se ganan la vida vendiendo mitos, leyendas, linternas mágicas, curas milagrosas, planes para resolver los más insólitos problemas, comedias y dramas. La historia comienza con una batalla en Leuthen en 1757, pasa por la expulsión de los jesuitas de España y los interminables desmanes de la Revolución Francesa y termina con una tropa de cómicos ambulantes presentando una obra en el lejano oeste americano a principios del XIX. Aunque el personaje principal -Martín de Viloalle- sea una especie de eterno desterrado, el uso del mítico Conde de Saint Germain para enhebrar parte de la anécdota hace que el texto se vuelva también una reflexión sobre la historia, sobre el modo como ha sido contada.

Estuve marcando páginas y páginas con pasajes que quería mantener presentes, pero ahora que los releo me resulta difícil recortar un fragmento para mostrarte lo bueno que es este texto. De todos modos, y por no quedarme con las ganas de compartirlo contigo, aquí va un par de páginas. Quien habla es el Conde de Saint-Germain:

Tras leer hechos antiguos y modernos, y distintas interpretaciones de esos mismos hechos, acaban pensando que no es necesario tejer anécdotas sobre el pasado y mostrarlas una tras otra en una sucesión de tiempo que siga una línea quebrada con altos y bajos, que se repiten como síntomas de una enfermedad o de mejoría de la misma enfermedad. Por un lado, el pasado sólo es una aventura edificante por nuestra voluntad de moldearla a su pretendida lección. Y por otra parte, ¿tiene el pasado un final más allá del presente?, ¿tiene sentido?, ¿un plan trazado por alguien?, ¿la Providencia? Que la tiranía de César hizo que le asesinaran y el regicidio trajo más tiranía no quiere decir que derrocar a un tirano traiga siempre más tiranía; ni significa que vaya a traer menos; ni que gracias a ello la fe de Jesucristo pueda extenderse por un imperio. Es ameno, pero no es fundamental. Lo fundamental es hacer buenas preguntas y entrar con gallardía y paciencia en la selva de soluciones. Lo fundamental es ¿por qué el Humanista es perseguido en Inglaterra como extranjero y como católico? Planteada la cuestión, nos remontaremos hasta el asesinato de Julio César y, si carecemos de buen sentido, quizá enlacemos de modo íntimo un suceso con otro. En cualquier caso, habremos descubierto algo: lo inmenso, lo inagotable, de nuestra ignorancia. Y quizá disminuyan los temores de cada día, mientras crece nuestra humildad. ¿Hay en todo ello lugar para la constante permanencia de la Razón? De ningún modo. Sólo hay pequeñas razones y grandes azares. O viceversa. Pero no hay un solo Azar como no hay una sola Razón. No caminamos a tientas sobre el filo del Eterno Sable Justiciero, ni navegamos por un mar calmo hacia el Paraíso con el viento de popa de la razón hinchando las velas. Los sucesos de la Historia, liberados del tiempo, forman un paisaje con colinas y bosques, con pantanos y fangales. A veces, la visión es deformada por una tenue neblina; otras veces, escalofriantes tormentas lo oscurecen todo. Y uno camina por ese paisaje sólo Ahora, porque el mismo paisaje será otro paisaje cuando vuelva a caminar por él, cuarenta años después y con otro modo de mirar a los hombres y su temple ante la adversidad.

Así, que una tarde, Ella y el Humanista, a partir de un comentario a Tito Livio, traman una sucesión de certezas, ese zambullirse derecho y sin trabas en el magma del caos hacia una revelación, elaboran una ley similar a las leyes de la filosofia natural, que siempre se cumple y siempre se comprueba.

Éste es el inicio de la ley:

Si uno se esfuerza verá con los ojos de los muertos, verá sus colores, y será Poncio Pilato o Cayo Julio César, o su esclavo. Pero eso nunca se hace, porque somos vanidosos y nos avergonzamos de nuestro pasado, cargamos con él. Por ello, con el paso del tiempo, y para sanarnos, hacemos que los hechos imprevistos se vuelvan inevitables. De ese modo, lo que llamamos Historia, la explicación de los hechos de los hombres, influye sobre las cosas, pero no expresa su naturaleza verdadera. Adán sabe que está desnudo porque ha mordido la manzana. Luego, sabe. Luego, se esconde porque sabe. Luego, inventa una falsa sabiduría. Luego, esa sabiduría es un bálsamo, pero una mentira. El hombre se enmascara para no avergonzarse del mismo azar de ser hombre, de su mínima importancia, de que sólo es deudor de la nada. Por ello se traiciona a sí mismo. Bebe la sangre de los antiguos, no para alimentarse, sino para reafirmarse y reconfortarse en su idea de hombre según convenga. Y esa conveniencia hace que el hombre se vuelva vampiro.

Y si el hombre no sabe a ciencia cierta de su pasado, si lo ha corrompido engañándose, ¿cómo aprenderá de sus lecciones?, ¿cómo razonará su presente?, ¿cómo aventurará su futuro? Es incapaz. Todo en él será sorpresa, incómodo asombro, y más beber sangre con que sanar la sorpresa. Lo imprevisto será inevitable, sí, pero seguirá perdido en el Tiempo y en el Espacio. Ése es el cómico y trágico equilibrio del mundo. Días con sus noches. Hombres con sus vampiros. Lo imprevisto, inevitable.

Ésa es la ley.

Y la llaman «Ley del Vampiro». Convencidos, como les ha ocurrido a tantos muchas veces, de que esa idea no existía antes de que ellos la pensaran, de que estaban viviendo un momento único, irrepetible.


Hasta aquí Casavella. Creo que es un libro que vale la pena leer aunque no se pueda revelar todo su esplendor en sólo un par de páginas. Sin embargo, espero que este fragmento sea suficiente para que te dé curiosidad echarle una mirada.

Yo ya estoy buscando sus otras novelas. Es una lástima que Casavella haya muerto tan joven.

Un abrazo,

r

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