lunes, 14 de septiembre de 2009

Los abrazos rotos


Amiga,

Fuimos a ver la última película de Pedro Almodóvar, Los abrazos rotos. Aquí se está estrenando esta semana con el título Broken embraces y parte de la crítica la ha recibido con una especie de distancia irónica —“esos españoles y sus confusos melodramas”— que le resta importancia. En el mejor de los casos, ha sido vista como un acto de narcisismo de parte del director. Pero yo creo que es una de las mejores películas que he visto de Almodóvar y que con ella ha entrado en una nueva etapa.

Lo que me parece que le interesa esta vez, más allá de las retorcidas historias dignas de las mejores telenovelas latinoamericanas, es una reflexión sobre el valor del cine. El cine como ojo que mira pero también como documento que acusa, el cine como industria pero también como sueño. El cine como realización y como culpa, el cine que construye vidas y termina con ellas.

Los abrazos rotos es una especie de caja china que contiene adentro otras cajas, no por más pequeñas menos importantes. Están: la película que vemos, la película —¡de vampiros!— que escriben dos de los personajes en el presente, la película que el protagonista y otros personajes filmaron hace tiempo —"Mujeres y maletas"— y que fue enlodada y destruida por un amante celoso y, por último, está el documental que ha filmado el hijo de aquel amante celoso, por razones más bien dudosas. En el futuro, insinuada al final, está también una quinta película: la que volverá a construirse a partir de las tomas originales de la vieja película destruida.

Entre unas y otras películas se mueve un director de cine ciego. Pero la ceguera no parece ser sólo la falta literal del sentido de la vista de uno de los personajes de este drama. La ceguera parece extenderse a quienes están ciegos de amor, de celos, de frustración o de rabia. Y es también una ceguera de lo que no sabemos o no somos capaces de entender si no lo vemos. Se trata, creo, de una reflexión sobre el poder de la imagen y sobre nuestra entrega -ciega- a lo que las imágenes nos muestran. Y sobre nuestra incapacidad de dudar de lo que vemos.

Esta es tal vez la película de Almodóvar en la que es posible entender, con mayor claridad, que lo fundamental de una ficción no es lo que se cuenta sino el modo de contar. Aquí Almodóvar, como Velásquez, se pinta a sí mismo pensando cómo dar la próxima pincelada de una obra a medio hacer. Y en el camino nos muestra el proceso de la hechura, el reverso de la trama, la tramoya.

Por no ser capaces de ver más allá de la anécdota, algunos críticos británicos la han reducido poco menos que a un caso de curiosidad etnográfica. No ven más que a Penélope Cruz en peluca blanca o acostándose con un millonario viejo-verde. Pero para quien se toma el trabajo de mirarla más allá de la trama de amores contrariados, ésta es una película construida sobre uno de los materiales más clásicos que se pueden trabajar: el impulso de pensar en la forma, la materia misma de la que están hechos los relatos. Y sólo por eso valdría la pena.

Pero además están todos los elementos que hacen de las películas de Almodóvar un paseo por lo más gustoso del cine. Los colores brillantes y los tacones imposibles, las caras insólitas y los guiños del casting, construidos sobre la repetición. Las audaces locaciones —playas de arenas negras en Lanzarote— que no se reducen sólo a decorados inteligentes. La música. Todo en esta película es una fiesta del ver y del oír. Hasta la desgarrada canción final, cantada por Miguel Poveda, que acompaña los créditos y lo obliga a uno a quedarse sentado hasta que la pantalla se oscurece del todo. (Puedes ver todos los detalles y escuchar la música de la película aquí)

Pero lo que se quedó conmigo por más tiempo y me ha obligado a escribirte esta reseña apurada de Los abrazos rotos es la frase final. En la última escena, el director ciego está reeditando la vieja película que creía perdida para siempre y dice: “Las películas hay que acabarlas, aunque sea a ciegas”. Y ahí la pantalla se pone en negro y sabemos que hemos escuchado la voz del director que acaba de darle el toque final a la última toma.

¿No es un modo perfecto de terminar una historia?

Ojalá que este cuento apurado sirva para que te animes a ver Los abrazos rotos cuando llegue a la tierruca. Porque en realidad no te he contado nada. La historia intacta te espera.

Un abrazo,

r

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ví la película y me pareció interesante. No espectacular pero buena. Algo repetitiva y no dudo que en el futuro, como le sucedió a VOLVER, de la que ya sabíamos por el libro que escribió Amanda Gris en LA FLOR DE MI SECRETO, veamos esa de los vampiros...
Mi pregunta es, qué lugar es ese tan fantástico como irreal que vemos durante el trayecto en auto y que parecen cientos de círculos negros perfectamente alineados?
Eso me llamó la atención mucho más que la propia película!
Perdón, pero es una locación increíble!