viernes, 2 de julio de 2010

La dura tierra


Amiga,

Estuve conversando el otro día con mi amiga María Teresa, que vive en Barcelona y que también viajó hace poco a la tierruca, y las dos compartimos las mismas impresiones. Ella me dice que también decidió no volver más. Y me hacía la observación de que los argentinos o los mexicanos, los peruanos o los chilenos, pasan vacaciones en sus países y regresan contentos, recargados, con un ánimo que se les nota a flor de piel y con ganas de volver lo más pronto posible. Nosotros, sin embargo, regresamos apesadumbrados, adoloridos y aporreados, jurando que no vamos a regresar más.

¿Por qué será? ¿Por qué la tierruca se ha vuelto el lugar del desencanto? ¿Por qué los expatriados que estamos regados por el mundo tenemos esta horrible sensación de que la patria nos repele, nos expulsa, nos obliga a mantenernos fuera? Se trata de una situación política, por supuesto. Pero también hay otra razón, como me decía María Teresa, y es que nuestros compatriotas no dejan de recordarnos que vivimos afuera y que por lo tanto tenemos menos derecho a opinar que los que se quedaron.

La otra razón, digo yo, es que cuando uno se acostumbra a ser tratado como un ciudadano, con todo lo que eso implica, es muy difícil regresar a la categoría de sospechoso. Es agobiante esa sensación de que estás vigilado y de que al mismo tiempo tienes que estar alerta con todo y con todos los que te rodean. Y cuando te acostumbras a que te traten bien, digamos, decentemente: a que te digan buenos días o te pidan permiso, a que te den las gracias o te respondan cuando las das, no sé, esas cosas elementales de la cortesía humana, es muy difícil volver a la rudeza y a las caras largas, al gratuito mal humor y a la falta total de consideración por el prójimo. Los venezolanos han dejado de ser amables y ya ni se dan cuenta.

También creo que parte de la sensación de angustia y de agobio, de ganas de salir corriendo y no volver, tiene mucho que ver con la reacción frente a las noticias que uno escucha o lee en los medios. En las dos semanas que estuve en la tierruca se descubrieron toneladas y toneladas de contenedores de comida podrida y medicamentos vencidos. Todos los días aparecía en la prensa un contenedor nuevo. Y todo seguía exactamente igual. Nadie parecía inmutarse. Menos que menos quienes apoyan al gobierno y siguen creyendo en sus promesas a pesar de las claras evidencias de su fracaso administrativo.

En fin, no sé, amiga. Es como demasiado triste reconocer que a pesar de lo que duele la distancia con los amigos y la familia, a los que uno quiere y extraña tanto, la tierruca ha dejado de ser un lugar viable. Ni siquiera nos queda ya el ánimo de volver de visita. Y eso es mucho más duro de lo que pueden imaginar todos los que desde allá sueñan con vivir en el exilio.

Te abraza lejos,

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