jueves, 23 de septiembre de 2010

Equinoccio de otoño



Amiga,

Lyo me recordó esta mañana que hoy es el equinoccio de otoño. A partir de ahora los días van a ser más cortos y las noches más largas. En los campos alrededor del pueblito en el que vivimos ya se recogieron las cosechas y se están preparando los campos para la siembra que debe retoñar la próxima primavera. El polo norte se prepara, pues, para los duros meses de invierno.

Los días amanecen grises y no provoca salir de la cama, ni asomar la nariz más allá de la puerta, aunque el termómetro todavía oscila entre los quince y los veinte grados. Tal vez por eso el otoño es el tiempo de las indecisiones y de las dudas. Un tiempo en el que los errores de cálculo se perdonan.

Nunca sabes si vale la pena aventurarte al mundo exterior y si lo haces no sabes jamás qué ponerte. No es necesario prender la calefacción todavía, pero hay tardes en las que no entiendes por qué estás muerta de frío y cuando te levantas a prepartarte un tecito para calentarte los huesos te das cuenta de que las ventanas han estado abiertas todo el día, como si siguiera siendo verano.

Abres el closet y decides que ya es hora de guardar las franelas blancas que usaste en el verano, los vestiditos sin mangas, los pantalones a media pierna, los suéteres delgaditos que no abrigan. Sacas las ropas gruesas de la maleta donde guardas lo que no usas todo el año. Lavas las bufandas y emprendes la cacería de los pares de guantes que están guardados en los sitios más inesperados de la casa.

Es el otoño, pues. El entretiempo en el que se te permite descuidarte por unas semanas, para que no te agarre del todo desprevenida la llegada inclemente del invierno. Pero sabes que ya no te queda mucho tiempo más para airear los abrigos y habilitar el edredón más grueso.

Allá en la tierruca, sin embargo, la única diferencia debe ser que ahora el sol cae realmente a plomo. Vertical sobre todas las cabezas. Y es posible decir que es mediodía -cuando es mediodía- con sólo ver la sombra neta que proyectan las cosas sobre el suelo.

Pero imaginar ese sol no compensa cuando te escribo frente a una ventana que recorta un cielo gris donde no cabe otra nube.

Y aún así te escribo sin ton ni son para contarte del inicio del otoño. Y para mandarte otra vez un abrazo... equinoccial!

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