jueves, 14 de octubre de 2010

Los 33 encandilados



Amiga,

¿Cómo no conmoverse con el rescate de los mineros chilenos de Copiapó? Hasta la flemática BBC, en su programación de cable, estuvo encadenada por las más de veinte horas que duró el rescate. No sólo la BBC, sino también otras emisoras de noticias, mantuvieron en el lugar una cámara en vivo, y a un pobre reportero que a ratos ya no sabía ni qué decir, durante las lentísimas horas en las que salieron los mineros uno a uno. Y a pesar de ese abuso mediático yo no pude evitar conmoverme.

No por la presencia del presidente chileno, haciendo proselitismo político, ni por el protocolo agobiante al que fueron sometidos todos y cada uno de los rescatados al entrar y salir de la cápsula famosa, sino por la entereza de esos hombres tratando de dominar los nervios, adaptarse al encandilamiento, navegar sobre la confusión y la abrumadora avalancha de órdenes, abrazos e instrucciones que recibían al salir.

Pero uno tampoco puede pasar por encima de todas las preguntas que este caso deja abiertas. Más allá del heroismo de todos los involucrados en el rescate y del aguante sobrehumano de los mineros mismos, que ya de por sí son razones para aparecer en la prensa ¿cuál es la razón de esta desmedida atención mediática? ¿Será que el mundo en general, y los chilenos en particular, necesitan desesperadamente de buenas noticias?

Después del terremoto y del sunami de hace apenas unos meses, para los chilenos éste es sin duda uno de esos eventos reunificadores y esperanzadores, que devuelve la fe en el ser humano y en el futuro. Pero no deja de resultar desproporcionado el despliegue de los medios internacionales. ¿Qué necesidad tenía la BBC, o las cadenas alemanas, japonesas o de cualquier otro extremo del mundo de encadenarse por dos días a transmitir minuto a minuto la suerte de los mineros chilenos?

No tengo respuesta, amiga. Los resortes que mueven el espectáculo de las noticias internacionales me deja cada vez más pasmada. Sobre todo porque cada vez que busco noticias de la tierruca en la prensa o en cualquier otro medio local me encuentro con un vacío absoluto. El mundo no existe para los medios británicos a menos que haya una guerra o una lamentable catástrofe. Ni qué hablar de América Latina, un territorio que sólo aparece de manera esporádica en documentales ambientalistas o en momentos de tragedias inimaginables.

Pero para compensar esa ausencia, digo yo, hemos pasado dos días viendo a treinta y tres hombres, confundidos y encandilados, salir de las entrañas de la tierra en una remota mina en el medio del desierto de Atacama. Ojalá la atención global se mantenga igual de solícita cuando esos mismos mineros demanden compensación a la empresa que —de manera irresponsable— mantuvo abierta una mina que sabían insegura y a punto de colapsar. O cuando el gobierno chileno tenga que responder por no haber fiscalizado como es debido no sólo ésta sino todas las empresas mineras del país.

Ya lo dijo el último minero en salir: esto no debe repetirse. Ojalá el circo mediático sirva al menos para que ese deseo genuino se cumpla. Mientras tanto, yo me permito conmoverme mirando las fotos, leyendo las declaraciones, viendo en la tele la alegría de la gente en las calles. Sólo por hoy. Sólo porque la alegría, como los bostezos, es contagiosa…

Te mando un abrazo hondo y ancho como el de un minero chileno,
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