martes, 8 de febrero de 2011

Batallas perdidas


Amiga,

Aquí va la cita que te quedé debiendo ayer. Es del Capítulo V de La piel del tambor, de Arturo Pérez-Reverte (Barcelona, Random House, 1995). Quien habla es una monja, Gris Marsala, que trabaja restaurando una iglesia que parece a punto de ser demolida. Una iglesia en la que han ocurrido un par de muertes sospechosas. Su interlocutor es el protagonista, el padre Quart, que investiga las muertes por órdenes de Roma. La escena sucede en Sevilla:

—Cada uno tiene su propio tipo de fe —dijo por fin—. Algo muy necesario en este siglo que agoniza con tan malos modos, ¿no le parece?... Todas las revoluciones fueron hechas y se perdieron. Las barricadas están desiertas, y los héroes solidarios se han convertido en solitarios que se agarran a lo que pueden para sobrevivir —los ojos claros lo observaron, inquisitivos—. ¿No se sintió nunca como uno de esos peones de ajedrez pasados, que se olvidan en un rincón del tablero y oyen apagarse a su espalda el rumor de la batalla mientras intentan mantenerse erguidos, preguntándose si queda en pie un rey al que seguir sirviendo?


Hasta aquí la monja Gris de Pérez-Reverte. Tal vez, a simple vista, no tenga mucho que ver con mi estado de ánimo de estos días. Pero sí tiene. Se trata de la falta de fe, de la ausencia de batallas que ganar o perder. Y se trata de la soledad y el olvido. De eso se trata.

La foto es de los árboles rotos que encontré ayer caminando por el parque. Están podando los árboles que no sobrevivieron el invierno y a lo largo del camino hay montones de ramas apiladas. Cadáveres de guerreros que perdieron la batalla.

Te mando un abrazo solitario,

r

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