martes, 13 de septiembre de 2011

Sufrir en Sicilia


Amiga,

Me estoy recuperando apenas del viaje a Sicilia. La gripe que viajó conmigo para allá y para acá no se me ha quitado todavía. Siento que sigo agotada y que el calor que me atormentó durante todo el viaje se me ha quedado adentro. Me senté ayer a escribirte un recuento del viaje pero me aburrí a mitad de camino y lo dejé para hoy. Releí lo escrito y me pareció fastidiosísimo, así que decidí empezar de nuevo y contarte sólo mis impresiones generales, en vez de hacerte un recuento detenido día por día.

El resumen es más o menos así:

1. Si uno quiere visitar Sicilia como es debido, para ver las famosas ruinas greco-romanas y conocer las ciudades, hay que ir en primavera y/o en otoño, cuando el clima es más benigno. Pero a cuarenta grados a la sombra es imposible disfrutar nada que no sea la playa, y eso si tienes una buena sombrilla o -como nosotros- una super carpa playera que te proteja del sol inclemente. Si pretendías visitar los lugares importantes, lo único que logras un día tras otro, es acumular un sentimiento de culpa horroroso, porque mientras más lees las guías turísticas más reconoces que es una especie de pecado de lesa cultura estar en un lugar con tanta historia y no tener energía ni para acercarte a las ruinas que tienes a la vuelta de la esquina.

2. El mar de Sicilia es hermoso, para verlo de lejos y tomarle fotos, pero las playas son horribles. Incluso la única playa de arena en la que pudimos bañarnos –en Portopalo– era poco más que una franja de tierra rojiza llena de basura de principio a fin. Suena terrible, pero es la pura verdad. Los sicilianos no cuidan las playas, al menos no las que están entre el extremo sur-este y el estremo nor-este de la isla, que fue la zona que recorrimos. No hubo un solo lugar que visitáramos que no estuviera lleno de basura.

3. Nos quedamos en cuatro campamentos. Ninguno tenía la calidad o la limpieza de los campings de Córcega. Todos los baños estaban sucios o apenas limpios. Sólo uno de los lugares tenía unas duchas decentes. En el primero que nos quedamos el espacio para la carpa no estaba delimitado y no se podía dejar el carro adentro, lo que resultaba bastante incómodo. El segundo camping era tan malo que lo bautizamos “la poceta”. No creo que esto requiera más explicaciones. El tercer camping –en Marinello– era bastante bueno y lo mejor que tenía era el restaurant: excelente. El último camping tenía la ventaja de estar muy bien ubicado sobre una playa de arena, pero el olor de los baños era tan fuerte que hasta hoy lo tengo todavía pegado a la nariz.

4. Sólo visitamos tres ciudades: Catania, Taormina y Siracusa. Catania es una ciudad desordenada y ruidosa; sucia a más no poder; con muy pocos atractivos más allá de las plazas y uno que otro edificio imponente. Taormina es un centro comercial al aire libre, con todo lo bueno y lo malo que eso implica. Es una zona peatonal a la que sólo se puede llegar en autobús y tal vez eso le da un encanto particular. Siracusa es, al menos en su parte vieja, mucho más acogedora y fue el único lugar en el que sentí que la gente era genuinamente amable. Se podía caminar a pleno mediodía por las calles angostas y no había hordas de turistas como en Taormina.

5. La comida es excelente. No importa si te comes una pizza en el aeropuerto o una cena con tres platos en un restaurant medianamente decente, siempre se come bien. Yo me quejé un par de veces por el exceso de sal en algunos platos, pero de resto, sólo puedo decir que comimos rico. El gran descubrimiento fueron los canollis (unos dulces espectaculares que son como unas torrejas rellenas de ricotta) y el helado de pistacho, que aunque lo hacen en todas partes, el helado siciliano es la perfección en pasta. En Taormina nos comimos el tiramisú más rico que hemos probado y en un restaurancito perdido de Oliveri, el almuerzo más delicioso que es posible imaginar.

6. Sigo pensando que hay que volver a conocer el resto de la isla y darle el beneficio de la duda. Pero no creo que quiera regresar en verano y definitivamente no quiero viajar haciendo escala en Londres. De ida nos dejaron las maletas y pasamos un día entero dando vueltas y haciendo nada porque nuestro alojamiento estaba embalado en el equipaje que llegó 24 horas después. De regreso tuvimos que dormir tres horas en un hotel cerca del aeropuerto de Gatwick y fue una tortura china.

Creo que este es el mejor resumen que puedo hacerte del viaje. No es muy amable ni entretenido, pero refleja mi estado de ánimo. ¿Qué le vamos a hacer? Estuve toda la semana con gripe y con una diarrea que no se me quitó nunca. Dormí terriblemente mal casi todas las noches, el calor me tenía aturdida durante el día y apenas disfruté algunas horas de la mañana o de la tarde. De resto, sentí que lo único que hice fue esperar a que Lyo hiciera las miles de cosas que había ido a hacer en la isla: remar, nadar, subir al monte Etna, escalar, remar, nadar... Yo no tengo esa energía y quisiera imaginarme las vacaciones como un tiempo de descanso, de no hacer nada. Pero si estás acompañando a un deportista incansable esa idea se vuelve absurda y tus vacaciones terminan convirtiéndose en una larga e inútil espera.

Será la edad, amiga. Tal vez es tiempo de que admita que no estoy para esos trotes: que necesito un hotel con cama limpia y ducha cómoda cada tarde. Y, sobre todo, que necesito quedarme en sitios que no huelan mal y donde sea posible descansar a la sombra, con al menos un ventilador enfrente, cuando el calor apriete. ¿Será mucho pedir?

Te mando un abrazo agotado!

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