miércoles, 28 de diciembre de 2011

Balance reticente


Amiga,

Aquí estoy sufriendo después de los excesos de las fiestas decembrinas. Como todos los diciembres, cumplimos con el único ritual de fin de año que conservamos: hicimos hayacas, horneamos pan de jamón, revolvimos todos los ingredientes de la infaltable ensañada de gallina y nos comimos nuestra cena de navidad como es debido. Pero el día 25 amanecí con una gastritis que seguramente me va a acompañar hasta los primeros días del año próximo. Y no hay nada como un permanente dolor de estómago para hacer balance del año que termina.

Había pensado, hace ya doce meses, que éste sería el año en que que encontraría trabajo. Porque sigo en el fondo –aunque hago esfuerzos porque no sea así en la superficie– considerando que un trabajo como es debido tiene que tener sueldo a fin de mes. Pero no, amiga, el trabajo con sueldo fijo no llegó este año. Hice un par de cosas, sin embargo, que se verán en el futuro como trabajos tal vez válidos. Traduje mi primer libro completo: Cenando con Mugabe. Recibí la buena noticia de que mi primer libro de cuentos va a ser publicado por Equinoccio el año próximo y se va a llamar El patio del vecino.

Y hasta ahí me llega el lado positivo del balance de este año lento y abismado. El resto fue viajar, escribir mis cuentos semanales siempre a destiempo y seguir garabateando, sin mucho provecho, un borrador al que no termino de darle cuerpo. También di un par de charlas para mantener viva mi precaria presencia académica y recibí la buena noticia de que uno de mis artículos se va a publicar en un libro sobre el exilio y el otro en una revista en nuestra querida Mérida. Así que ahí está el resto de la suma: dos artículos que con suerte saldrán el año que viene, muy bien acompañados.

Con el ánimo arrugado por la lluvia y la oscuridad no puedo pensar en nada más que pueda sumar a esa columna, a menos que me ponga trillada y sentimental y sume la salud, el amor, las cuentas pagadas con un dinero que yo no me he ganado, esas cosas que sólo se nombran cuando faltan. Y con ese mismo ánimo tampoco me alcanza la vista para mirar al año que se acerca. Porque he estado haciendo planes inútiles por mucho tiempo y ya no me quedan ganas.

Lo único que sé del año que está por venir es que me agarrará cumpliendo cincuenta y sin mucho más que agregar a ese medio siglo. No voy a decirte que ha sido medio siglo mal vivido, porque tú lo has vivido casi todo conmigo y sabes que algo hicimos, que algo descubrimos y, sobre todo, que todo lo vivimos de manera intensa. Pero tal vez en este fin de año, con dolorones de estómago que me despiertan a la media noche y me obligan a saltar de la cama y terminar de dormir en el baño, la intensidad no basta.

No sé cómo imaginarme el año que comienza. No tengo planes. Ni siquiera ganas de imaginar deseos. Quisiera solamente tener ganas de seguir escribiendo, que algo sólido salga al fin de ese garabateo sin fin. Nada más. Sólo eso y que el tiempo pase sin hacerme demasiado daño.

Aunque tal vez sí: tal vez una mudanza. Tal vez cambiar de casa sea un buen deseo para el año próximo. Cuando cambiamos de casa dejamos entrar una vez más el futuro. Y lo único que una cincuentona necesita, además de salud y otro par de pies calientes debajo de las sábanas cada noche, es una casa distinta de vez en cuando. Con esa idea tal vez pueda empezar el año nuevo con mejor ánimo.

Te mando un abrazo abierto como una casa nueva,

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