martes, 20 de marzo de 2012

¡Calorones!


Amiga,

Desde hace años he estado vanagloriándome -echándomelas, para decirlo en criollo- de que la menopausia no me ha producido ningún efecto secundario. Mi argumento era inapelable: mi mamá ni se enteró cuando pasó el umbral de la infertilidad, ergo, yo iba a tener una menopausia tan falta de acontecimientos como lo dictaba la ley de la herencia. Craso error: ¡los calorones ya están aquí!

Todo empezó por las noches. A pesar del frío intenso que existe en esta parte del globo, más cerca del polo norte de lo recomendable, a veces me levantaba por las noches empapada en sudor. Al principio pensé que era porque me seguía arropando con un edredón demasiado grueso cuando la temperatura ya estaba subiendo. Entonces me desarropaba un rato, para volverme a arropar cuando comprobaba que el frío polar seguía afuera. Después pensé que estaba demasiado amuñuñada con mi otra mitad y me arrimaba al otro extremo de la cama tratando de no despertarlo. Pero el calorón seguía por un rato más y podía literalmente sentir las gotas de sudor bajándome por el cuello hasta el ombligo.

Este fue el primer aviso. Pero como todo sucedía de noche y en medio del sueño, no le di importancia. Ahora los calorones me asaltan después de desayunar, a media tarde, antes de acostarme mientras me unto cremas que me prometen un cutis más terso... Ahora los calorones llegan sin aviso a cualquier hora del día. Insisto: ¡del día! Un día que aquí sigue siendo oscuro y helado, porque no estoy al borde de una playa en Margarita. Estoy en un pueblito escocés donde hoy, 20 de marzo, el termómetro sigue sin remontar los diez grados centígrados.

Así que no tengo ya ninguna manera de disimularlo. Los calorones de la menopausia están aquí y quién sabe cuánto duren. El único consuelo que tengo es que cada vez que siento subir a mi cara y a mis orejas la oleada hirviente sé que me esperan unos minutos de alivio del frío intenso que hace afuera. Para un bicho tropical ese calorón es una especie de dejavú, un regreso inesperado al clima de la tierruca.

Lo que no sé es qué voy a hacer cuando el calorón aparezca en pleno verano. Pero para eso falta mucho todavía. Así que, por ahora, trato de verle el lado nostálgico al asunto. Ya me quejaré cuando el calor de adentro se iguale al calor de afuera y me toque maldecir mi suerte una vez más.

Por ahora, te mando un abrazo menopáusico (¡aunque suene horrible!),

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