martes, 9 de octubre de 2012

Distancia



Amiga,

He perdido la cuenta de las veces que me he despedido de mi país. Pero esta vez, por alguna razón, esta distancia que veo crecer se siente de verdad como un duelo. Ayer amanecí confundida y desilusionada, pero sobre todo triste.

Puedo armar todos los razonamientos lógicos que sean necesarios para entender lo que ha pasado en Venezuela este domingo. Puedo intentar comprender o puedo negarme a ver la situación tal como es. Y, aun así, la tristeza sigue ahí, terca, muda, sin pausa.

Y es sobre todo la tristeza de la distancia. He dejado de pertenecer y por eso el destierro se me ha hecho más ancho y más hondo. Quienes piensan que sólo podemos llamar exilio a una penalización irreversible que nos impide legalmente volver a nuestro lugar de origen, deberían considerar el peso que produce la tristeza y la desilusión.

Es verdad, nadie va a detenernos en Maiquetía. Nadie nos va a impedir, físicamente, volver. Pero ¿a qué espacio nos es permitido volver? ¿cuál es el país que nos espera si volvemos? Más aún, ¿qué sentido tiene ya pensar en el regreso?

Hay muchas maneras de producir diásporas y hay muchas maneras de castigar a quien se va. Los venezolanos que estamos dispersos por el mundo nos sentimos hoy doblemente expulsados. Sabemos que regresar, incluso de visita, se nos ha vuelto cada vez más cuesta arriba. Y la esperanza que nos habíamos permitido mantener hasta ahora acaba de disolverse.

No tengo ganas de ser optimista, amiga. No veo cómo.

Te mando un abrazo cada vez más distante,
r


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