jueves, 21 de noviembre de 2013

El número mágico



Amiga,

Acabo de recibir mi National Insurance Number (NINo). Nosotros no tenemos nada parecido a esto en la tierruca. Es el número que te acredita para existir en términos económicos. Si trabajas o has trabajado o tienes aspiraciones de trabajar en este país tienes que tener un NINo. Desde que llegué he estado por pedirlo e incluso una vez me acerqué a un Job Centre local para preguntar qué debía hacer y me despacharon diciéndome que cuando comenzara a trabajar me lo asignarían. Y yo me quedé de lo más tranquila pensando que así debía ser.

Pero resulta que el famoso número es algo a lo que tienes derecho si vives legalmente en este país. No sólo porque te acredita para trabajar y para pagar impuestos, sino también porque con ese número puedes reclamar algunos beneficios. Y esa es la razón por la que el asunto resulta complicado. En un estado de bienestar como éste, el miedo a que algunos ciudadanos abusen del sistema sirve a veces para que ciertos funcionarios intenten convencerte de que puedes renunciar a tus derechos.

Hace unas semanas llamé a pedir mi número. La funcionaria arisca que me atendió el teléfono me pidió todos mis datos: fecha de nacimiento, dirección y demás. Finalmente, y supongo que debido a mi extraño acento, me preguntó cuál era mi nacionalidad. Respondí que desde hacía unos meses yo era, de hecho, británica. Hubo una pausa de un par de segundos y luego la amable señora me dijo: Sí, usted viaja con un pasaporte británico, pero cuál es su nacionalidad original. Me quedé muda.

Yo me había creído todo. Yo estaba tan contenta con mi nueva nacionalidad y había llorado en la ceremonia en la que juré ser fiel a la reina y a todas las leyes del reino. Yo me había convertido en ciudadana en ese acto tan políticamente correcto, en el que te dicen que debes participar en todo y que eres igual a todos los demás, con todos los derechos y los deberes, sin importar dónde hayas nacido. Y ahora, con una sola pregunta, una funcionaria de ese mismo gobierno que me había hecho ciudadana británica me ponía otra vez en mi lugar: viajar con un pasaporte británico no es equivalente a ser británico.

Me asignaron un día y una hora para la entrevista en la que debía solicitar el NINo. Unos días después me llegó una carta donde no sólo me confirmaban la fecha de mi cita, sino también me conminaban –fea palabra, pero totalmente adecuada en este caso– a ir armada con todos los documentos necesarios para probar mi existencia y mi estatus de legalidad. En los días que faltaban para la entrevista fui armando una carpeta que creció hasta llegar a un tamaño absurdo.

La mañana de la entrevista, cuando me di cuenta de que la abultada carpeta no cabía en ninguno de mis bolsos, puse todo sobre mi escritorio y elegí los tres o cuatro documentos que me parecieron indispensables. Todo lo demás lo dejé. Después de todo, si no me daban el famoso número, siempre podía pedir otra cita para presentar los documentos que faltaban. 

Pero en mi cabeza iba armando y desarmando los distintos escenarios en los que yo lograba convencer al funcionario que me iba a entrevistar. Y no sólo tenía que convencerlo de que yo era quien decía ser, sino también de que yo era una persona decente y de que mi intención no era abusar del sistema sino, humildemente, existir como potencial fuerza de trabajo en este lado del mundo.

Cuando llegué a la oficina en la que me tocaba mi entrevista me sentía nerviosa, como si estuviera a punto de presentar un examen oral en el que no sabía exactamente qué preguntas iban a hacerme. Un amable funcionario me hizo pasar al primer piso. Otro amable funcionario me preguntó mi nombre al entrar a la sala en la que era la entrevista y luego me hizo sentar en un mullido sofá. Cinco minutos después, un tercer funcionario, muy amablemente me hizo saber que él se iba a encargar de entrevistarme y me pidió mi pasaporte. Al ver que tenía más de uno (el de la tierruca y el del imperio) me pidió los dos. Me dijo, con mucha amabilidad, que esperara un momento mientras le sacaba copia a mis documentos.

Finalmente, y previa disculpa por haberme hecho esperar (¡menos de quince minutos!), el funcionario me condujo a la mesa en la que iba a realizar la entrevista. Yo seguía, a todas estas, armando y desarmando en mi cabeza un diálogo en el que explicaba por qué estaba pidiendo el NINo, cuáles eran mis credenciales, por qué no lo había pedido antes, quién era yo, qué intenciones tenía, y el larguísimo etcétera paranoico de todo ser que se ha criado y ha vivido entre funcionarios cuyo único trabajo consiste en decirte que no, que tú no tienes derecho a lo que estás pidiendo.

Mientras el joven que me entrevistaba me pedía nombre, apellido, dirección, yo abría mi bolso y sacaba mi carpeta con los cuatro documentos que pensaba que iba a pedirme y que esperaba que fueran suficientes. El joven iba llenando una planilla con mis respuestas, que incluían la fecha en la que llegué a este país y lo que he hecho o intentado hacer desde que vivo aquí, como buscar trabajo infructuosamente y estudiar una maestría. Se sonrió cuando le dije que no me acordaba de las direcciones en las que había vivido en Londres entre 1997 y el 2001. Se volvió a sonreir cuando no fui incapaz de recordar exactamente las fechas de mi primer matrimonio y de mi divorcio. Y le dio risa que no recordara en qué día exacto de un mes de julio me había casado con mi actual marido.

En todo momento me trató como una persona a la que se le está asistiendo en una gestión que tiene derecho a hacer. No me pidió ningún otro documento aparte de mis pasaportes. No me hizo ninguna pregunta capciosa o agresiva. Cuando me veía dudar ante una respuesta o buscar en mi frágil memoria algún dato que me era imposible recordar, me decía, no importa, eso no es relevante, y pasaba al siguiente asunto.

Al final me mostró la planilla que había llenado con todos los datos que yo misma le había dado. Me dejó que leyera todo con calma y me dijo que firmara en un par de líneas confirmando que esos datos eran correctos. Me explicó que en dos semanas me llegaría mi número y con una sonrisa de lo más amable me despidió deseándome que tuviera un muy buen día y que disfrutara del clima escocés. Esto último era un chiste. Los dos nos reímos y al reirnos nos sentimos parte de la misma comunidad de sufrientes, es decir, súbditos del mismo reino.

Hasta hoy yo estaba esperando una carta en un sobre de manila que dijera, lamentamos mucho no poder otorgarle su NINo, resulta que usted no califica por tal o cual razón. Pero hoy llegó el famoso sobre manila. En él había una carta que decía éste es su número, mantenga esta carta en un lugar seguro, use este número para dárselo a su empleador y un par de otras instrucciones de ese tipo. Así de simple.

Si es verdad que somos, ante todo, seres económicos, desde hoy existo, amiga. A mis casi 52 años, acabo de adquirir un número que me identifica en el mercado laboral, no sólo de este país, sino del mundo. Suena grande. Y supongo que lo es.

Te mando un abrazo enumerado,
r


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