lunes, 1 de diciembre de 2014

La hermosa recompensa




Amiga,
Estuve concentrada escribiendo, hasta que me agarró una gripe que debe haber llegado con Lyo desde el medio oriente (estuvo en Omán hasta hace unos días). Como hoy mi cabeza parece estar más de allá que de acá, me puse a leer noticias viejas en la prensa y me encontré con un texto que no puedo dejar de traducirte. Se trata del brevísimo discurso de aceptación que pronunció el mes pasado la extraordinaria Úrsula K. Le Guin al recibir lo que en español podríamos llamar el Premio Nacional de Literatura, en los Estados Unidos.
Abajo van las palabras de la gran dama de la fantasía y la ciencia ficción, que a sus 85 años sigue siendo brillante y lúcida como pocos.


A los que otorgan este hermoso premio, mil gracias, de corazón. A mi familia, mis agentes, mis editores, sepan que el que yo esté aquí se debe tanto a su trabajo como al mío y que la hermosa recompensa les pertenece tanto a ustedes como a mí. Me alegro de aceptarlo y compartirlo en nombre de todos los escritores que han sido excluidos de la literatura por tanto tiempo: mis colegas autores de libros de fantasía y ciencia ficción, escritores de la imaginación, que por cincuenta años han visto cómo las hermosas recompensas han sido sólo para los autores llamados realistas.
Vienen tiempos duros, tiempos en los que desearemos escuchar las voces de aquellos escritores que puedan imaginar alternativas al modo como vivimos hoy, que puedan ver más allá de nuestra sociedad –atacada por el pánico y rodeada de tecnologías obsesivas– hacia otras formas de ser, que puedan incluso concebir verdaderos lugares para la esperanza. Necesitaremos escritores que puedan recordar la libertad: poetas, visionarios, realistas de una realidad mayor.
En este momento, necesitamos escritores que conozcan la diferencia entre la producción de un bien de consumo para el mercado y la práctica de un arte. Desarrollar materiales escritos que se acomoden a las estrategias de ventas, con el fin de incrementar las ganancias corporativas y los ingresos publicitarios, no es equivalente a la práctica responsable de escribir y publicar libros.
Y aún así, he visto a los departamentos de ventas tener un mayor control que los departamentos editoriales. He visto a las mismas editoriales que publican mis libros, atacadas por un absurdo pánico lleno de ignorancia y codicia, cobrarle a las bibliotecas públicas por un libro electrónico seis o siete veces más de lo que cobran por esos mismos libros al público en general. Acabamos de ver a una empresa de esas que obtienen excesivas ganancias intentar castigar a una editorial por desobediencia, y hemos visto a escritores amenazados por una guerra santa corporativa. Y veo a muchos de nosotros, los productores, los que escriben los libros y los que hacen los libros, aceptando esta situación, dejando que los que sacan provecho del mercado nos vendan como desodorantes y nos digan qué publicar, qué escribir.
Los libros no son sólo mercancías. La acumulación de ganancias entra con frecuencia en conflicto con los objetivos del arte. Vivimos en el capitalismo y parece imposible escapar de su poder, pero también parecía imposible escapar del poder divino de los reyes. Los seres humanos pueden enfrentarse a cualquier poder humano y cambiarlo. La resistencia y el cambio comienzan a veces en el arte. Y con mucha frecuencia en nuestra forma específica de arte, el arte de las palabras.
He tenido una larga carrera como escritora. Una muy buena carrera, en buena compañía. Aquí, al final de esa carrera, no quiero ver cómo la literatura americana se vende al mejor postor. Nosotros, los que escribimos y publicamos libros, queremos y debemos demandar nuestra parte de las ganancias; pero el nombre de nuestra más hermosa recompensa no es ganancia. Su nombre es libertad.

Hasta aquí las palabras de Úrsula K. Le Guin, que puedes escuchar de viva voz en su página web.
Su demanda de libertad para escribir lo que sea que seamos capaces de imaginar me parece imprescindible en estos tiempos. Y eso vale tanto para los que escribimos ficción como para los que escribimos ensayos y libros académicos. Para los que soñamos, pensamos y enseñamos. Porque la desmedida ganancia, que es el último objetivo de la cultura corporativa, no puede ser la regla por la cual se mida la imaginación o el pensamiento. Pero, agrego yo, tampoco el poder del Estado –tenga la ideología que tenga– puede pretender imponerse y coartar la libertad de los que reclaman su derecho a imaginar el mundo.
En efecto, todo poder humano puede contrarrestarse y cambiarse. Y la literatura está ahí para empujar el carro.
Con este impulso libertario te dejo, agregando además cariños muchos,
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